Menú de páginas
Menú de categorías

Publicado por el 9 agosto, 2007 en Economía Social

TLC y propiedad intelectual

TLC y propiedad intelectual

Vía tetrabrik, el artíulo «Exportando la Propiedad Intelectual» de James Surowiecki .The financial page (p.52). The New Yorker, 14 de Mayo del 2007, entre otras cosas dice:

Porqué los Estados Unidos insisten en esas reglas […en los tratados de libre comercio]? Simplemente las compañías farmacéuticas, de software y de medios están furiosos acerca de la piratería de sus productos, y están anuentes a extender los monopolios que esas patentes y ese copyright les dan. Estas compañías, que son los que apoyan principalmente esas reglas, son los grandes ganadores. Los perdedores frecuentemente son los ciudadanos de los países en desarrollo, que se encuentran sujetos a un régimen Draconiano de Propiedad Intelectual que reduce el acceso a las nuevas tecnologías.

Exportando la Propiedad Intelectual

Se supone que el libre comercio es una situación de ganar-ganar. Usted me vende sus televisores, yo le vendo mi software, y los dos prosperamos. En la práctica, los acuerdos de libre comercio son más desastrosos. Ya que todas las industrias ambicionan llegar a mercados externos para expandirse pero le tienen miedo a los competidores que acaparan el mercado «en casa», le piden a sus gobiernos doblar las reglas a su favor. Usualmente esto significa la manipulación de tarifas y cuotas. Pero últimamente, un preocupante giro del juego se ha vuelto más común: los países están reescribiendo las leyes de sus socios comerciales. Y el país que lo está haciendo más agresivamente es los Estados Unidos.

Nuestro reciente tratado de libre comercio con Corea del Sur es un buen ejemplo. La mayor parte del trato tiene que ver con bajar los aranceles, abrir los mercados a la competencia y similares, pero una porción importante no tiene nada que ver con libre comercio. En vez de eso, requiere que Corea del Sur re-escriba las reglas que tienen que ver con patentes, derechos de autor (copyright) y otras. Corea del Sur tendrá que adoptar la definición de «Copyright» de los Estados Unidos y la Unión Europea- extendiéndolo a setenta años después de la muerte del autor. Corea del Sur también tendrá que cambiar sus reglas sobre patentes, y podría tener que cambiar su política nacional de salud reembolsando a los pacientes sólo por ciertas drogas. Estos cambios le dan a los actuales dueños de patentes y de copyright una protección más fuerte por más tiempo. Los acuerdos de comercio con Perú y Colombia insistieron en los mismos términos. Y el CAFTA- el acuerdo de libre comercio con Centroamérica y el Caribe- incluye no solo un copyright y protección de marcas más largos, sino una revisión dramática de las políticas de patentes de esos países.

Porqué los Estados Unidos insisten en esas reglas? Simplemente las compañías farmacéuticas, de software y de medios están furiosos acerca de la piratería de sus productos, y están anuentes a extender los monopolios que esas patentes y ese copyright les dan. Estas compañías, que son los que apoyan principalmente esas reglas, son los grandes ganadores. Los perdedores frecuentemente son los ciudadanos de los países en desarrollo, que se encuentran sujetos a un régimen Draconiano de Propiedad Intelectual que reduce el acceso a las nuevas tecnologías.

Las reglas de propiedad intelectual son claramente necesarias para incentivar la innovación: si cada invento pudiera ser robado o cada droga nueva inmediatamente copiada, muy poca gente invertiría en innovación. Pero demasiada protección puede estrangular la competencia y limitar lo que los economistas llaman la «innovación incremental» – innovación que construye, de alguna forma, sobre el trabajo de otros. Esto también alienta a las compañías a usar patentes como herramientas para evitar que los competidores entren a nuevos mercados. Finalmente, limita el acceso dee los consumidores a nuevos productos: sin patentes no tendríamos muchas drogas nuevas, pero las patentes también suben demasiado el precio de esas drogas para la gente de los países en desarrollo. El truco es encontrar el balance correcto, asegurando que empresarios e inventores obtengan ganancias suficientes y a la vez maximizando el bienestar de los consumidores.

La historia sugiere que después de cierto punto, las reglas más duras de propiedad intelectual producen menos retorno. Josh Lerner, profesor en la Escuela de Negocios de Harvard, analizó ciento cincuenta años de patentes y encontró que fortalecer la ley de patentes tuvo poco efecto en el número de innovaciones dentro de un país. Y en los EEUU, las protecciones de patentes más fuertes para bienes como el software tuvieron poco o ningún efecto en la cantidad de innovación en ese campo. Los beneficios de la fuerte protección a la PI son menos convincentes cuando se trata del «copyright»: hay poca evidencia de que escritores y artistas sean más productivos o creativos ante la expectativa de generar ganancias por setenta años después de su muerte, y el récord histórico sugiere sólo una conexión tenue entre las leyes más fuertes de PI y los productos creativos.

Los EEUU, en sus negociaciones, insisten en un acercamiento de «talla única»: las reglas más fuertes son mejores. pero aceptar un rango diverso de leyes de P.I. tiene más sentido especialmente a la luz de los diferentes retos económicos que enfrentan los países en desarrollo. El estudio de Lerner encontró que los beneficios de las leyes de patentes más fuertes fueron reducidos en los países menos desarrollados. Y los países menos desarrollados, siendo más pobres, obviamente tienen más que ganar de términos más cortos de patentes para innovaciones extranjeras, ya que les facilita distribuir las nuevas tecnologías y la difusión de las ideas. A propósito, este es el acercamiento que los EEUU toma cuando se trata de estándares laborales, aduciendo que no se debería imponer estándares de países desarrollados a países en desarrollo. Pero en el caso de la propiedad intelectual la posición del gobierno es exactamente la opuesta. La única diferencia, aparentemente, es de quién son los intereses en juego.

La gran ironía es que la economía de los EEUU en los primeros años fue construida en gran medida a partir de una actitud relajada hacia la aplicación de los derechos de propiedad intelectual. Tal como lo dice el historiador Doron Ben-Atar en su libro «Secretos Comerciales», los Fundadores creían que una actitud estricta hacia las patentes y el copyright limitaría la innovación doméstica y haría más difíil para los EEUU extender su base industrial. Las leyes de los EEUU no protegían los derechos de los inversionistas extranjeros o escritores, y el Secretario del Tesoro Alexander Hamilton, en su famoso «Informe sobre Manofacturas» de 1791, activamente abogaba por el robo de tecnología y la práctica de atraer trabajadores calificados desde países extranjeros. Entre los beneficiarios de esto estaban la industria textil norteamericana, que floreció gracias a tecnología pirata. Los acuerdos de libre comercio que exportan nuestras propias leyes restrictivas de Propiedad Intelectual pueden hacer del mundo un lugar más seguro para Pfizer, Microsoft y Disney, pero no merecen ser llamadas libre comercio.