COLUMNA: La vida entre privilegios sociales y barrios bajos
Por Maria José Vargas. Siempre he sentido que para los desamparadeños soy un pésimo espécimen de los “barrios bajos” de San José. Y, siendo sincera, probablemente lo soy, pues las realidades y las problemáticas sociales que se viven, se sienten y se respiran allí, a mí solo me ha tocado percibirlas de lejos.
Eso que llaman privilegios sociales permea y define toda nuestra existencia; lo que a veces pensamos que es esfuerzo, inteligencia o reconocimiento justo, no es más que la suerte de haber nacido en un hogar de clase media, con una familia estable, con padres estudiados y asalariados, con un círculo cercano de personas que se ha asegurado de que una logre todo lo que se propone.
Por lo tanto, a pesar de que toda mi vida he residido entre Aserrí y Desamparados, la verdad es que la mayor parte del tiempo lo he pasado en colegios privados al otro lado de la provincia, estudiando en la Universidad de Costa Rica una carrera de corte alto con sobrerrepresentación de colegios privados y, ahora, trabajando en el mejor ejemplo de gentrificación de la Gran Área Metropolitana: Barrio Escalante.
No obstante, precisamente junto a estas poblaciones es que siempre me sentido como la mae que viene de los barrios bajos. Mis compañeros de colegio realmente pensaban que yo era todo un ejemplo de movilización social y supervivencia, mis compañeros de universidad me bromeaban a menudo con que tenían que cuidarse de mí o resguardar sus pertenencias cada vez que me acercaba, porque yo era de Desampa, y por mi trabajo probablemente también piensen que Desamparados es un cantón peligrosísimo e infortunado del que yo, de alguna manera, soy parte.
Y, por irónico que suene, nunca he podido evitar sentir mi desamparadeñismo validado y reivindicado en estas instancias. Incluso me la termino creyendo, porque “yo sé cómo son las varas en los barrios bajos”. Al final, con las personas que no son de donde yo soy, es con quienes me he podido sentir realmente desamparadeña.
Estas contradicciones me han perseguido toda mi vida. Soy ajena a todas las realidades en que me he encontrado; muchas veces me he sentido menos y otras veces me he sentido más; nunca supe qué hacía estudiando junto a personas de apellidos extranjeros o importantes que veían ir de comprar o de viaje como algo cotidiano, pero tampoco supe nunca cómo es vivir la pobreza, la violencia y la exclusión social que aqueja a muchas zonas urbanas del país.
Odio cuando una persona pipi hace chistes o habla mal de los barrios bajos, pero yo misma me burlo de las personas desamparadeñas que se ajustan a los estereotipos que hay sobre nosotras y nosotros. Yo misma defiendo y alabo a mi cantón y su diversidad de gente, pero maldije por quince días seguidos al h$#%!%&a chata que me asaltó por mi casa.
Por dicha he aprendido a disfrutar estar en el medio de las cosas.