El machismo y las nuevas generaciones
Por Isabel Rojas. Una de las cosas de este mundo que más me alarman, es escuchar a las nuevas generaciones decir que ya no hay machismo. Por un lado, es reconfortante que se piense en el machismo como una obsoleta y retrograda forma de vida, que no tiene cabida en el mundo de hoy, pero otro lado, realmente me espanta entender que para muchísimas personas el machismo se limitaba a que las mujeres no podíamos votar, educarnos o salir de la casa para trabajar.
La conquista por el voto femenino, el derecho a la educación (no logrado completamente) y al trabajo, se ha firmado con la sangre de muchas mujeres, todas ellas feministas (como decir Voldemor), todas ellas soñaron, y lucharon por un mundo diferente para sus hijas, sus hermanas, sus nietas, sus amigas, sus congéneres; y también para los hombres. Un mundo equitativo, es un mundo mejor para todas y todos.
El machismo nuestro de cada día, se asoma en los más pequeños detalles, y hacen que para la mirada distraída sea casi imperceptible; hacen que para las entretenidas vidas de las y los jóvenes sea una majadería mencionarlos; hace de su visibilización un incómodo estorbo al confort del mundo de hoy.
Pero ignorar al machismo, como para que desaparezca solo, es como la falsa seguridad que nos da meternos debajo de la cobija cuando escuchamos un ruido. Pensar que ya somos iguales mujeres y hombres, porque podemos salir a votar, a trabajar o para la U, es lo mismo que comerse un chicle para engañar a la panza; al principio es dulce y entretiene, pero pasado un rato se cansa la mandíbula, nos sabe a nada y seguimos con hambre.
Nacer con una vagina hoy, sigue siendo una desventaja, una desgracia, una condena, bien rezan algunos por ahí “gracias Dios por no permitirme nacer mujer”.
Los rígidos números siguen dando la ventaja a los hombres en toda aquella estadística en la que vale la pena estar. Los nombres en las puertas de las oficinas de quienes mandan, siguen siendo masculinos. Quienes toman las decisiones en el mundo siguen siendo una aplastante mayoría masculina.
El machismo se posicionó tan profundo, tan en el interior de nuestro ser, que nos lleva a decir con certeza que si una mujer no hace algo igual que un hombre hoy, es sencillamente porque no quiere, porque las oportunidades las tienen.
Si una mujer no es presidenta, es porque no quiere; si no es ingeniera, es porque no quiere; si no se genera una fortuna propia, es porque no quiere. Y por el contrario, si una mujer es violada, es porque se lo buscó; si una mujer es víctima de violencia conyugal, es porque quiere seguir aguantando; si una mujer le pega una pensión al padre de sus hijos, es porque es una vividora.
El machismo otorgó a las mujeres la oportunidad de votar, estudiar y trabajar (para algunas afortunadas), como una cortina de humo tras la cual esconderse para seguir haciendo de las suyas. Ahora las mujeres no somos, tenemos o logramos, básicamente porque no queremos.
En las mentes de hoy, tanto femeninas como masculinas, es majadería señalar que las mujeres ganamos menos haciendo el mismo trabajo que un hombre. Es impertinente reconocer que una madre trabajadora tiene triple jornada laboral. Ya cansa la cantaleta de que somos las mayores víctimas de violencia.
Y como ha sido siempre, calladitas estamos más bonitas.