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Publicado por el 17 noviembre, 2015 en Casa Batsú, Cultura, Sulá Batsú

Los vestigios perdidos del tango: una milonga moderna

Los vestigios perdidos del tango: una milonga moderna

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Por María José Vargas.

Suavemente, las notas del Señor del Tango empiezan a deslizarse sobre un piso de madera, entre mesas, sillas, candelas y tacones altos. Con el retraso justo, a las 8:30 p.m. las personas se acercan al espacio cultural de Casa Batsú, con la expectativa de transformarse de civiles urbanos a sensuales bailarines. Se trata del primer viernes de noviembre; sin necesidad de aviso o recordatorio, los aficionados del tango se unen a la milonga habitual ofrecida en esta vieja casa de Barrio Escalante, San José, desde hace más de dos años.

Adentro la luz es tenue y la atmósfera está impregnada de tonalidades rojas. Mientras los primeros asistentes aún se sientan en las mesas alrededor de la pista, Carlos di Sarli sigue engatusándolos e invitándolos a bailar. Pronto, sin poder contenerse por más tiempo, la primera pareja asalta la pista de baile. Ambos son experimentados y andan vestidos para la ocasión: el hombre con traje formal y la mujer con un vestido ajustado. Solos, por unos cuantos minutos, se dejan llevar por los acordes de la melancolía.

La segunda pareja, sin embargo, deja clara la unicidad de la milonga. A diferencia de sus predecesores, ambos son muy jóvenes y visten ropa informal, como si se tratara de una salida cualquiera de viernes por la noche. A las 9:00 p.m. ya se asoman tres parejas en el salón. Varían en edad, destreza y formalidad. No obstante, a todos parece unirlos el disfrute por el baile y la complicidad de conocerse de antes.

Las copas de vino circulan por las mesas y hacen brindis con latas de cerveza. Ahora es el Rey del Compás quien toma la batuta de los danzantes, sugiriéndoles emociones y movimientos corporales. Cada tanda de baile consta de tres canciones y en el entremedio suena una cortina de música moderna. Nuevas parejas entran y salen; la gente le da la oportunidad a un nuevo compañero para experimentar juntos el siguiente grupo de canciones. La gente con la filosofía de “mejor tarde que nunca” continúa llegando a Casa Batsú.

Juan D’Arienzo da paso a otros artistas clásicos del tango como Rodolfo Biagi, Alfredo De Angelis, Francisco Lomuto, Osvaldo Fresedo y Alfredo Gobbi. La vieja escuela del tango se va encontrando poco a poco con las nuevas generaciones que sintieron el deseo de revivir esta música emocional y esta danza sensual. Imperceptiblemente, los bailarines se multiplican y abarrotan el salón. Otros prefieren quedarse socializando y tomando vino (o cerveza) en las mesas de afuera del salón.

Personas mayores intercambian conversaciones y pasos de baile con principiantes veinteañeros; hombres glamurosos y mujeres con mucho porte comparten con personajes inesperados que no visualizaríamos en una milonga; las nuevas tendencias hipsters y hippies se entremezclan con el estilo retro del tango; un par de señores argentinos aprovechan la oportunidad para recordar un poco a su madre patria.

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A las 10:30 p.m. el salón de la casa se queda chico para albergar a todas las parejas que bailan simultáneamente: los abrazos son estrechos y las caminatas contundentes; los movimientos seducen y las emociones se llevan a flor de piel. Para este momento el ruido de las conversaciones y las risas es casi tan alto como la música.

Cuando la milonga llega a su cúspide, Pamela Camacho decide que es hora de unirse a la danza omnipresente. Como una de las cabezas del movimiento del tango en el país, ella se encarga de impartir clases y abrir espacios, como el presente, en los que los interesados por esta subcultura puedan aprender y pasar un buen rato.

Pamela tiene una trayectoria de más de 18 años en el tango y actualmente se especializa en su enseñanza y difusión. Para ella, la milonga de Casa Batsú, o practiconga, como le apoda al evento, se ha convertido en una de las actividades más regulares en la comunidad del tango. Asimismo, logra su objetivo primordial: crear un ambiente relajado e inclusivo, donde cualquier persona se pueda sentir a gusto. Ella baila, sintiendo el tango en cada movimiento que ejecuta su cuerpo.

El clímax de la velada desciende progresivamente. Muchas parejas se van a sentar exhaustas y los primeros se despiden de sus compañeros de baile de la noche. La mayoría de los bailarines ahora se ubica en los alrededores de la pista, hablando y terminando sus copas de vino. Cada cierto tiempo se oye la voz de Pamela gritando “¡Zarpe!”, para indicarles a los asistentes que aprovechen las últimas canciones de la noche. Aníbal Troilo y Francisco Canaro amenizan el final de la milonga.

A las 12:30 m.n. se marchan las últimas personas, dejando la impresión de que lo vivido fue más un hechizo que la pura realidad. Los artistas invitados se devuelven al sur del continente, donde se originan las raíces del tango. Pamela se siente satisfecha por otra milonga que resultó ser un éxito.

“El tango es un baile popular. Es de los bailes más inclusivos a nivel de edad y de condiciones físicas. […] Eso es lo que se trata de promover aquí: que el tango no sea una cuestión de élite. Todos están invitadísimos”.